Carlos Jimenez, crítico de arte sobre La casa vieja, 2022
Cine operístico. Ayer vi La Casa Vieja, la película de Fernando Baena protagonizada por Marianela Leon, y debo decir que me pareció una obra maestra. La sobresaliente culminación de todas las obras previamente realizadas por este par de grandes artistas, en una palabra una obra redonda. Luis Francisco Pérez en la presentación de la misma hizo referencia con toda razón a la opera. Y estoy de acuerdo con él: esta pieza magnífica se suma a la lista de lo que he calificado de cine operístico ( que no se confunde con las operas filmadas) y ocupa desde ya un lugar sobresaliente en la misma. Lo hace por la virtuosa conjunción de muchas artes: la poesía, la recitación, la música, la pintura, el cine mismo y desde luego la danza. Porque la performance de Marianela es danza aunque su danza sea una insólita mezcla de las lecciones magistrales de Merce Cunningham ( el bailarín en vez de elevarse debe caer) y la gestualidad barroca. Se podría decir que su diálogo mudo con los extraordinarios poemas de Fernando Baena es gesticulante. Ella gesticula con todo su cuerpo, pero su gesticulación se torna especialmente expresiva cuando la protagonizan las manos y ante todo los ojos. O mejor, la mirada. En esta performance su repertorio incluye tres modelos de mirada heredados del barroco histórico: la mirada extática, la mirada alelada y la mirada ciega. Su performance es ademas patetica, muy en consonancia con la voluntad de Baena de revisitar palmo a palmo la casa familiar, la casa cordobesa de su infancia y sus antepasados, densa de recuerdos y objeto privilegiado e intransferible de su nostalgia.
Eliana Otta, artist and curator sobre Marianela's solo impro "I never know" in Athens, May 2017
De las 8:30 pm al vacío
En un espacio llamado Kodo, se presentaba la española Marianela León Ruiz, que una de las pocas practicantes de esa danza en el Perú me había recomendado conocer. El lugar estaba totalmente en silencio, y Marianela tenía toda la atención del pequeño auditorio, así como la mía. Ella se movía lentamente sobre una silla, echándose y replegándose sobre sí, nunca cómoda, nunca estable: su cuerpo controlaba la situación, pero al mismo tiempo parecía estar dudando si decidirse a dejarse caer a alguna especie de vacío que empezábamos a intuir a su alrededor. Y que poco a poco nos daríamos cuenta de que nos lo hacía habitar.
La silla terminó estando entre sus piernas, acompañándola en un caminar rengueante, dificultoso, como si fuera la prótesis de alguna extremidad invisible que se abría paso en el mundo material, a su costa. Las sensaciones que me produce el verla me son de alguna manera familiares. Ya sé. Clarice. Clarice Lispector. La pasión según G.H.
(“He perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un trípode estable. He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser una persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve: solo dos piernas. Sé que únicamente con dos piernas es como puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta; era ella la que hacía de mí algo hallable por mí misma, y sin necesitar siquiera inquietarme por ello.”)
Cuando se liberó de la silla, los movimientos fueron tomando todo el cuerpo, pero su paso a una mayor libertad no fue simple ni fluido. Había en ella algo que parecía surgir en medio de una lucha interna cuya angustia no llegábamos a comprender totalmente, por más que era notoria física y sonoramente, gracias a ciertos ruidos que Marianela hacía, o que más bien, salían a través suyo, como si ella no pudiera evitarlo. Sus contracciones entrecortadas alternaban la expansión y la apertura de sí, con gestos introvertidos de los cuales nuevamente brotaba ese otro yo que parecía estar exigiendo parirse a sí mismo. Los sonidos que llegaban a nosotros a través de ella me hacían pensar en algún ave inexistente, mientras su cuerpo seguía indeciso entre expulsar o proteger esas otras alteridades que parecían habitarla. Nuevamente la angustia venía a mí, recorriendo mi cuerpo, despertando los remanentes de la sensación que me produjo la paloma que fue pateada mientras pasaba el rato inadvertidamente. Afuera lloraba un bebé, incansable. Su llanto volvía intensificaba los estremecimientos que me recorrían.Nuevamente cierta familiaridad en el ritual que presenciábamos me llevaba a un libro que me conmovió mucho. Esta vez Octavia. Butler. Bloodchild.
(“Terrans should be protected from seeing.” I didn’t like the sound of that—and I doubted that it was possible. “Not protected , I said. “Shown. Shown when we’re young kids, and shown more than once. Gatoi, no Terran ever sees a birth that goes right. All we see is N’Tlic—pain and terror and maybe death.” She looked down at me. “It is a private thing. It has always been a private thing.”)
Como si Marianela estuviera mostrándonos lo que es vivir sabiéndonos habitados por la muerte. Por la muerte a la que nos vamos acercando cada día vivido; por la muerte de quienes queremos y que lamentamos como si pudiéramos hacer algo para evitarla; por la muerte que nos rodea y ante la que elegimos ser indiferentes para sobrellevar la impotencia. También era como si observándola pudiéramos comprender algo sobre la falta que nos constituye, como si observándola pudiéramos hacer vibrar esa falta en cada uno de nosotros. No comprenderla racionalmente ni intentar localizarla o fijarla, sino encarnarla, al menos por un momento. Es decir, aceptar más bien nuestra falta de comprensión.Nuestra incapacidad para comprender la falta y la muerte, sobre todo la propia.
“(No. Toda comprehensión intensa es finalmente la revelación de una profunda incomprehensión. Todo momento de hallar es un perderse a uno mismo. Tal vez me haya acontecido una comprehensión tan total como una ignorancia, y de ella vaya a salir intacta e inocente como antes. Cualquier entender mío nunca estará a la altura de esa comprehensión, ya que solamente vivir es la altura a la que puedo llegar, mi único nivel es vivir. Sé que ahora, ahora conozco un secreto. Que ya estoy a punto de olvidar, ah, siento que estoy a punto de olvidarlo...”)
Marianela se dirige hacia la ventana de ese tercer piso en el que estamos. Para entonces ya se ha quitado la ropa y su cuerpo, delgado, algo peludo, se encarama en el dintel apoyándose en la silla de una espectadora. Seguramente la espectadora no llegó a ese lugar pensando que en algún momento todos nuestros ojos se dirigirían hacia ella. Más aun, al despertar ese día, probablemente no imaginó que más tarde tendría a pocos centímetros del rostro una pierna desnuda y el vello púbico de Marianela, y que sería partícipe de la compleja broma que nos estaba jugando. Y es que claro que causaba gracia verla parada en el borde de la ventana, con medio cuerpo fuera y pensar en los transeúntes a los que se le apareció de pronto un culo al aire en su paseo por el centro turístico ateniense. Pero también producía un cierto escalofrío el saberla en el límite exacto entre el resguardo y la caída, al borde de esa posibilidad, aun si fuera metafóricamente hablando. Su cuerpo estaba ahí, encajaba exactamente con la altura de la ventana, como si la arquitectura la hubiera estado esperando para ofrecérsele como elemento a resignificar. Si realmente quisiera saltar ¿qué tendría sentido decirle?, ¿tendría sentido evitarlo?, ¿qué sería más violento: una caída o el intento de impedir que suceda? Esas preguntas me acechaban y yo hacía lo posible por disiparlas de mi cabeza. ¿Acaso ella quería que pensáramos al respecto?, ¿acaso ella quería que pensáramos cosas pensables, verbalizables, comunicables por medio de algo que no fuera un gesto o un movimiento?, ¿acaso querría que la miráramos a través de nuestra capacidad habitual de discernimiento?
Marianela está ahora en un rincón. Ha logrado que fijemos nuestra atención en un rollo de papel higiénico con el que danza, desde la esquina más lejana del salón, hasta acercarse a nosotros. Se acerca hasta que podemos recorrer su piel al detalle, dejarnos perturbar sin mayores distracciones, aunque nuevamente mi cabeza vuela a un libro y esta vez directo al Testo Yonqui, que estaba leyendo en esos días, prestado por Jarí. Me pregunto si ella también es su propio conejillo de indias, como nos animaba a ser Beatriz (hoy Paul) Preciado, allá por el 2008. Observo su pilosidad y recuerdo esa potente invitación a desidentificarnos de los géneros que se nos atribuyen, así como la insistencia de Preciado en que más que los penes y las vaginas, son la voz y los pelos en el cuerpo los que nos hacen más fácilmente identificables como hombres masculinos o mujeres femeninas. Marianela exhibe una desnudez híbrida que sin embargo nos desafía desde un lugar mucho más frágil e incierto que el de la revolucionaria filósofa crítica del farmacopornocapitalismo. No hay arengas, conclusiones ni interpelaciones en segunda persona en su performance, quizá porque la primera persona ni si quiera es evidente.¿Cuántas personas habitan esa primera persona?, ¿Cómo podemos dar forma sensible a esas otras formas de ser que desbordan la palabra yo en singular? Quizá a pesar de las diferencias en los lenguajes empleados, hay mucho en común en la manera en que ese libro y esta danza nos desafían, seduciéndonos, confundiéndonos. Ambos resultan una perturbadora invitación a preguntarnos por la multiplicidad de posibilidades que encerramos en nuestros cuerpos. Y ambos son el resultado de un trabajo minucioso, consecuente con apuestas vitales que se implican de forma concreta en disputar los hábitos que nos impiden salir de ese encierro.
Inventándose rituales propios con un rollo de papel higiénico, Ruíz continúa la secuencia de movimientos que nos tiene subyugados. Al terminar, mis amigos españoles se acercan a saludarla. Yo sigo intentando procesar lo visto cuando veo que me llaman. Me encuentro aún sin palabras cuando me la presentan y luego me parece inverosímil que el cuerpo que acaba de compartir públicamente la densidad de su experiencia, de manera tan hipnotizante como perturbadora, pueda devolver la mirada con una sonrisa generosa y un casi inocente brillo en los ojos. Alex, Kike y yo casi no podemos hablar, mientras ella nos mira con atención y alegría.
Caminamos conversando de regreso al barrio de Exarcheia. Comemos un souvlaki de 1 euro con 30 centavos. Intercambiamos algunas opiniones sobre la Documenta14. Estoy cansada y sobre estimulada. Quiero releer a Clarice, a Octavia y mostrarles a los demás los trabajos de Benvenuto. Quiero aprender a hacer dialogar las heridas de la historia con las heridas de mi cuerpo, como lo hace él, y a explorarlo como si fuera a la vez algo tan mío como ajeno, como parece hacer Marianela. Llego a mi casa a escribir en mi agenda lo que hice este día, y a investigar qué haré los días que vienen. La semana estará variada: una relectura de Kavafis con Nietzsche en clave queer, organizada por Studio 14 para Documenta, un concierto de una antigua leyenda griega de la música experimental, el taller de estudios de los gestos de Alezandra Bazschetiz, y también mi cumpleaños número 36.
En un espacio llamado Kodo, se presentaba la española Marianela León Ruiz, que una de las pocas practicantes de esa danza en el Perú me había recomendado conocer. El lugar estaba totalmente en silencio, y Marianela tenía toda la atención del pequeño auditorio, así como la mía. Ella se movía lentamente sobre una silla, echándose y replegándose sobre sí, nunca cómoda, nunca estable: su cuerpo controlaba la situación, pero al mismo tiempo parecía estar dudando si decidirse a dejarse caer a alguna especie de vacío que empezábamos a intuir a su alrededor. Y que poco a poco nos daríamos cuenta de que nos lo hacía habitar.
La silla terminó estando entre sus piernas, acompañándola en un caminar rengueante, dificultoso, como si fuera la prótesis de alguna extremidad invisible que se abría paso en el mundo material, a su costa. Las sensaciones que me produce el verla me son de alguna manera familiares. Ya sé. Clarice. Clarice Lispector. La pasión según G.H.
(“He perdido algo que era esencial para mí, y que ya no lo es. No me es necesario, como si hubiese perdido una tercera pierna que hasta entonces me impedía caminar, pero que hacía de mí un trípode estable. He perdido esa tercera pierna. Y he vuelto a ser una persona que nunca fui. He vuelto a tener lo que nunca tuve: solo dos piernas. Sé que únicamente con dos piernas es como puedo caminar. Pero la ausencia inútil de la tercera me hace falta y me asusta; era ella la que hacía de mí algo hallable por mí misma, y sin necesitar siquiera inquietarme por ello.”)
Cuando se liberó de la silla, los movimientos fueron tomando todo el cuerpo, pero su paso a una mayor libertad no fue simple ni fluido. Había en ella algo que parecía surgir en medio de una lucha interna cuya angustia no llegábamos a comprender totalmente, por más que era notoria física y sonoramente, gracias a ciertos ruidos que Marianela hacía, o que más bien, salían a través suyo, como si ella no pudiera evitarlo. Sus contracciones entrecortadas alternaban la expansión y la apertura de sí, con gestos introvertidos de los cuales nuevamente brotaba ese otro yo que parecía estar exigiendo parirse a sí mismo. Los sonidos que llegaban a nosotros a través de ella me hacían pensar en algún ave inexistente, mientras su cuerpo seguía indeciso entre expulsar o proteger esas otras alteridades que parecían habitarla. Nuevamente la angustia venía a mí, recorriendo mi cuerpo, despertando los remanentes de la sensación que me produjo la paloma que fue pateada mientras pasaba el rato inadvertidamente. Afuera lloraba un bebé, incansable. Su llanto volvía intensificaba los estremecimientos que me recorrían.Nuevamente cierta familiaridad en el ritual que presenciábamos me llevaba a un libro que me conmovió mucho. Esta vez Octavia. Butler. Bloodchild.
(“Terrans should be protected from seeing.” I didn’t like the sound of that—and I doubted that it was possible. “Not protected , I said. “Shown. Shown when we’re young kids, and shown more than once. Gatoi, no Terran ever sees a birth that goes right. All we see is N’Tlic—pain and terror and maybe death.” She looked down at me. “It is a private thing. It has always been a private thing.”)
Como si Marianela estuviera mostrándonos lo que es vivir sabiéndonos habitados por la muerte. Por la muerte a la que nos vamos acercando cada día vivido; por la muerte de quienes queremos y que lamentamos como si pudiéramos hacer algo para evitarla; por la muerte que nos rodea y ante la que elegimos ser indiferentes para sobrellevar la impotencia. También era como si observándola pudiéramos comprender algo sobre la falta que nos constituye, como si observándola pudiéramos hacer vibrar esa falta en cada uno de nosotros. No comprenderla racionalmente ni intentar localizarla o fijarla, sino encarnarla, al menos por un momento. Es decir, aceptar más bien nuestra falta de comprensión.Nuestra incapacidad para comprender la falta y la muerte, sobre todo la propia.
“(No. Toda comprehensión intensa es finalmente la revelación de una profunda incomprehensión. Todo momento de hallar es un perderse a uno mismo. Tal vez me haya acontecido una comprehensión tan total como una ignorancia, y de ella vaya a salir intacta e inocente como antes. Cualquier entender mío nunca estará a la altura de esa comprehensión, ya que solamente vivir es la altura a la que puedo llegar, mi único nivel es vivir. Sé que ahora, ahora conozco un secreto. Que ya estoy a punto de olvidar, ah, siento que estoy a punto de olvidarlo...”)
Marianela se dirige hacia la ventana de ese tercer piso en el que estamos. Para entonces ya se ha quitado la ropa y su cuerpo, delgado, algo peludo, se encarama en el dintel apoyándose en la silla de una espectadora. Seguramente la espectadora no llegó a ese lugar pensando que en algún momento todos nuestros ojos se dirigirían hacia ella. Más aun, al despertar ese día, probablemente no imaginó que más tarde tendría a pocos centímetros del rostro una pierna desnuda y el vello púbico de Marianela, y que sería partícipe de la compleja broma que nos estaba jugando. Y es que claro que causaba gracia verla parada en el borde de la ventana, con medio cuerpo fuera y pensar en los transeúntes a los que se le apareció de pronto un culo al aire en su paseo por el centro turístico ateniense. Pero también producía un cierto escalofrío el saberla en el límite exacto entre el resguardo y la caída, al borde de esa posibilidad, aun si fuera metafóricamente hablando. Su cuerpo estaba ahí, encajaba exactamente con la altura de la ventana, como si la arquitectura la hubiera estado esperando para ofrecérsele como elemento a resignificar. Si realmente quisiera saltar ¿qué tendría sentido decirle?, ¿tendría sentido evitarlo?, ¿qué sería más violento: una caída o el intento de impedir que suceda? Esas preguntas me acechaban y yo hacía lo posible por disiparlas de mi cabeza. ¿Acaso ella quería que pensáramos al respecto?, ¿acaso ella quería que pensáramos cosas pensables, verbalizables, comunicables por medio de algo que no fuera un gesto o un movimiento?, ¿acaso querría que la miráramos a través de nuestra capacidad habitual de discernimiento?
Marianela está ahora en un rincón. Ha logrado que fijemos nuestra atención en un rollo de papel higiénico con el que danza, desde la esquina más lejana del salón, hasta acercarse a nosotros. Se acerca hasta que podemos recorrer su piel al detalle, dejarnos perturbar sin mayores distracciones, aunque nuevamente mi cabeza vuela a un libro y esta vez directo al Testo Yonqui, que estaba leyendo en esos días, prestado por Jarí. Me pregunto si ella también es su propio conejillo de indias, como nos animaba a ser Beatriz (hoy Paul) Preciado, allá por el 2008. Observo su pilosidad y recuerdo esa potente invitación a desidentificarnos de los géneros que se nos atribuyen, así como la insistencia de Preciado en que más que los penes y las vaginas, son la voz y los pelos en el cuerpo los que nos hacen más fácilmente identificables como hombres masculinos o mujeres femeninas. Marianela exhibe una desnudez híbrida que sin embargo nos desafía desde un lugar mucho más frágil e incierto que el de la revolucionaria filósofa crítica del farmacopornocapitalismo. No hay arengas, conclusiones ni interpelaciones en segunda persona en su performance, quizá porque la primera persona ni si quiera es evidente.¿Cuántas personas habitan esa primera persona?, ¿Cómo podemos dar forma sensible a esas otras formas de ser que desbordan la palabra yo en singular? Quizá a pesar de las diferencias en los lenguajes empleados, hay mucho en común en la manera en que ese libro y esta danza nos desafían, seduciéndonos, confundiéndonos. Ambos resultan una perturbadora invitación a preguntarnos por la multiplicidad de posibilidades que encerramos en nuestros cuerpos. Y ambos son el resultado de un trabajo minucioso, consecuente con apuestas vitales que se implican de forma concreta en disputar los hábitos que nos impiden salir de ese encierro.
Inventándose rituales propios con un rollo de papel higiénico, Ruíz continúa la secuencia de movimientos que nos tiene subyugados. Al terminar, mis amigos españoles se acercan a saludarla. Yo sigo intentando procesar lo visto cuando veo que me llaman. Me encuentro aún sin palabras cuando me la presentan y luego me parece inverosímil que el cuerpo que acaba de compartir públicamente la densidad de su experiencia, de manera tan hipnotizante como perturbadora, pueda devolver la mirada con una sonrisa generosa y un casi inocente brillo en los ojos. Alex, Kike y yo casi no podemos hablar, mientras ella nos mira con atención y alegría.
Caminamos conversando de regreso al barrio de Exarcheia. Comemos un souvlaki de 1 euro con 30 centavos. Intercambiamos algunas opiniones sobre la Documenta14. Estoy cansada y sobre estimulada. Quiero releer a Clarice, a Octavia y mostrarles a los demás los trabajos de Benvenuto. Quiero aprender a hacer dialogar las heridas de la historia con las heridas de mi cuerpo, como lo hace él, y a explorarlo como si fuera a la vez algo tan mío como ajeno, como parece hacer Marianela. Llego a mi casa a escribir en mi agenda lo que hice este día, y a investigar qué haré los días que vienen. La semana estará variada: una relectura de Kavafis con Nietzsche en clave queer, organizada por Studio 14 para Documenta, un concierto de una antigua leyenda griega de la música experimental, el taller de estudios de los gestos de Alezandra Bazschetiz, y también mi cumpleaños número 36.
Imprudance avec Yuko Kominami, Marianela Leon Ruiz, Claude Parle et Piersy Ross à Ackenbush. Paris, Juillet 2012. Guy Desgeorges, dance critic
Reliés du coin de l’œil: Claude Parle à l’accordéon monumental, Piersy Ross à la guitare et toutes ses pédales tissent ensemble un tapis dissonant d’improvisations, un tapis volant, déchiré sur des sables mouvants. Ils lâchent des décharges électro-acoustiques- ça tangue et frappe à l’estomac- comme autant d’encouragements, de provocations.
Vers les corps sur le fil de Yuko Kominami, débarquée du japon, plutôt en dedans, traversée, vers le bas, prostrée, et Marianela Leon Ruiz qui s’étend plutôt vers le haut, mais dans toutes les directions, yeux ouverts et curieux, incontrôlée, à tâter les limites, et aller gratter partout, plutôt toucher que croire, bousculer. On se fait tout petit sur son siège, puis on respire: elle passe sa curiosité sur sa chaise, et comme pour tout jusqu’ à l’excès.
Yuko a des tremblements de bête blessée et tout vient des profondeurs, à son rythme elle se déplie. Fatalement- le lieu n’est pas si grand- la rencontre entre elles deux a lieu. Un choc lent, asymétrique, délicieusement bancal: c’est Yuko qui subit les assauts de Marianela. En un déséquilibre imprévu, improvisé. Normal: le message, c’est le corps, la liberté. Pas d’intentions mais des urgences. La récréation plutôt que les concepts et corvées. On pourrait encore appeler cela buto, mais le temps de l’appeler la forme aurait changée. Pas de règle du jeu, Marianela s’attaque à Claude, Ça réjouit. C’est la fin, on rit.
-Guy Desgeorges-
C’était Imprudance avec Yuko Kominami, Marianela Leon Ruiz, Claude Parle et Piersy Ross à Ackenbush. Paris.
Vers les corps sur le fil de Yuko Kominami, débarquée du japon, plutôt en dedans, traversée, vers le bas, prostrée, et Marianela Leon Ruiz qui s’étend plutôt vers le haut, mais dans toutes les directions, yeux ouverts et curieux, incontrôlée, à tâter les limites, et aller gratter partout, plutôt toucher que croire, bousculer. On se fait tout petit sur son siège, puis on respire: elle passe sa curiosité sur sa chaise, et comme pour tout jusqu’ à l’excès.
Yuko a des tremblements de bête blessée et tout vient des profondeurs, à son rythme elle se déplie. Fatalement- le lieu n’est pas si grand- la rencontre entre elles deux a lieu. Un choc lent, asymétrique, délicieusement bancal: c’est Yuko qui subit les assauts de Marianela. En un déséquilibre imprévu, improvisé. Normal: le message, c’est le corps, la liberté. Pas d’intentions mais des urgences. La récréation plutôt que les concepts et corvées. On pourrait encore appeler cela buto, mais le temps de l’appeler la forme aurait changée. Pas de règle du jeu, Marianela s’attaque à Claude, Ça réjouit. C’est la fin, on rit.
-Guy Desgeorges-
C’était Imprudance avec Yuko Kominami, Marianela Leon Ruiz, Claude Parle et Piersy Ross à Ackenbush. Paris.
Duet with Claude Parle
Guy Desgeorges, dance critic, Cycle Butoh Ouvert, Paris 2009
Un ange punk
Elle surgit brute, regard baissé, indéfinie, perdue. A ses pieds laisse tomber son survet. Flotte un temps mal dégrossie, en pull informe et slip kangourou, les plis mous mais déjà dedans tendue, habitée d'énergie, à vue.
Il lui suffit de lever un bras pour nous clouer. Le bras à sa suite la soulève et elle est comme mystique. Telle une Thérèse prête à léviter, déjà sur la pointe des pieds.
D'un coup une décharge d'accordéon emplit tout, dans cette petite salle, devient les grandes orgues d'une cathédrale intérieure. Bave aux lèvres, son extase portée à deux doigts de l'idiotie. Son corps est superbe dans sa gaucherie retrouvée et offerte: bancale et poils aux pattes, l'air d'un garçon. Buté, osé. Sa passion déferle. La suite est déchaînée, soucis de soi rejeté aux orties. L'être libre s'extirpe par la musique: Parle attaque, fait fuir encore quelques oreilles, trop fragiles, vers la sortie, accompagnées d'yeux effarouchés. Elle: ses mouvements déraisonnés la font se perdre et s'écrouler, se tordre, se retourner, nous entraîner avec elle hors de contrôle, loin de la culture, s'abîmer contre les murs, les fenêtres et toutes les limites, contre le sol s'éprouver. Le pull y devient camisole, dont elle ne peut jamais tout à fait se libérer. Canette aux lèvres, l'ange ivre erre encore, se cogne la chair à se blesser, la bière gicle. Où va-t-elle ? Vers la douleur, la vérité ?
Ce quart d'heure de dangers nous guérit d'éternités de théâtre poussif.
C'était Avant que les brumes de l'automne se dissolvent de Marianela Léon (danse) et Claude Parle (Accordéon), à la Petite Rockette , 6 rue Saint Maur, Paris XI° dans le cadre des rencontres Butoh Ouvert.
Guy
publié dans "un soir ou un autre"
Un ange punk
Elle surgit brute, regard baissé, indéfinie, perdue. A ses pieds laisse tomber son survet. Flotte un temps mal dégrossie, en pull informe et slip kangourou, les plis mous mais déjà dedans tendue, habitée d'énergie, à vue.
Il lui suffit de lever un bras pour nous clouer. Le bras à sa suite la soulève et elle est comme mystique. Telle une Thérèse prête à léviter, déjà sur la pointe des pieds.
D'un coup une décharge d'accordéon emplit tout, dans cette petite salle, devient les grandes orgues d'une cathédrale intérieure. Bave aux lèvres, son extase portée à deux doigts de l'idiotie. Son corps est superbe dans sa gaucherie retrouvée et offerte: bancale et poils aux pattes, l'air d'un garçon. Buté, osé. Sa passion déferle. La suite est déchaînée, soucis de soi rejeté aux orties. L'être libre s'extirpe par la musique: Parle attaque, fait fuir encore quelques oreilles, trop fragiles, vers la sortie, accompagnées d'yeux effarouchés. Elle: ses mouvements déraisonnés la font se perdre et s'écrouler, se tordre, se retourner, nous entraîner avec elle hors de contrôle, loin de la culture, s'abîmer contre les murs, les fenêtres et toutes les limites, contre le sol s'éprouver. Le pull y devient camisole, dont elle ne peut jamais tout à fait se libérer. Canette aux lèvres, l'ange ivre erre encore, se cogne la chair à se blesser, la bière gicle. Où va-t-elle ? Vers la douleur, la vérité ?
Ce quart d'heure de dangers nous guérit d'éternités de théâtre poussif.
C'était Avant que les brumes de l'automne se dissolvent de Marianela Léon (danse) et Claude Parle (Accordéon), à la Petite Rockette , 6 rue Saint Maur, Paris XI° dans le cadre des rencontres Butoh Ouvert.
Guy
publié dans "un soir ou un autre"
Duet with Edorta Izarzugaza
Juan Manuel Uría, poet, Hamaika/Hamabost Festival, Oiartzun 2009
Cómo decirlo sin ser impreciso y acercándome algo a la verdad. Te vi, te vi bailando, entera, quieta y poderosa, quietísima en el centro de las miradas expectantes. Luego te fuiste levantando, lentamente, tan lentamente que dolía. Nosotros sólo podíamos callar y mirar, admirarte sagrada. Mirar y callar, sí, que es quizá lo que debería hacer ahora, torpe como me estoy mostrando para elegir las palabras que te describan, la expresión de tus ojos –una especie de vaciedad que a nosotros nos colmó de emoción-, tu sentimiento invasor y púgil, que lo inundaba todo, y esa tu forma de conmover –tierna, amorosamente, como una madre que rige-, de agitar las conciencias acomodadas, de zancadillear las complacencias e incomodar algunas cínicas adhesiones. Tus razones, siendo poderosas, son menos poderosas que hermosas. Tu baile, siendo perfecto, es más necesario que perfecto. Porque nos vuelve a situar en el espacio, nos reubica como hombres y mujeres, ni más ni menos
que eso, hombres y mujeres que sienten. Y vibran sintiendo, y viven del tiempo en que sienten, esos instantes, raros instantes de Vida, en los que la belleza –tú, tú bailando, por ejemplo- nos habla de una realidad que es más brillante que el mundo.
Cómo decirlo sin ser impreciso y acercándome algo a la verdad. Te vi, te vi bailando, entera, quieta y poderosa, quietísima en el centro de las miradas expectantes. Luego te fuiste levantando, lentamente, tan lentamente que dolía. Nosotros sólo podíamos callar y mirar, admirarte sagrada. Mirar y callar, sí, que es quizá lo que debería hacer ahora, torpe como me estoy mostrando para elegir las palabras que te describan, la expresión de tus ojos –una especie de vaciedad que a nosotros nos colmó de emoción-, tu sentimiento invasor y púgil, que lo inundaba todo, y esa tu forma de conmover –tierna, amorosamente, como una madre que rige-, de agitar las conciencias acomodadas, de zancadillear las complacencias e incomodar algunas cínicas adhesiones. Tus razones, siendo poderosas, son menos poderosas que hermosas. Tu baile, siendo perfecto, es más necesario que perfecto. Porque nos vuelve a situar en el espacio, nos reubica como hombres y mujeres, ni más ni menos
que eso, hombres y mujeres que sienten. Y vibran sintiendo, y viven del tiempo en que sienten, esos instantes, raros instantes de Vida, en los que la belleza –tú, tú bailando, por ejemplo- nos habla de una realidad que es más brillante que el mundo.
Solo impro site-specific
Paco Nogales, artist, Madrid, 17 de Abril 2010, en ARTe en acciON
Marianela nos regaló una improvisación de danza butoh con una base técnica impresionante y elementos materiales que usó aparentemente sin justificación (como si las acciones de nuestra vida tuvieran que tener una justificación!!).
Marianela, en una esquina y de espalda a la audiencia, sobre las puntas de sus pies, inicia la caída de su pantalón de chandal . La gravedad se encargará de hacerlo caer poco a poco dejando al descubierto un calzoncillo de algodón y piernas sin depilar. Un cuerpo no normativo de mujer que hace visible en su maniobra de despojo del pantalón una prenda no sólo no normativa para una mujer sino que remite a un tiempo pasado, un calzoncillo clásico de algodón (Desde pequeño siempre he llevado en mi interior Abanderado....)
Marianela expone un cuerpo híbrido en el que las marcas de género se mezclan en un cocktail inquietante. Un cuerpo que destroza las normas imperantes del deseo. Un cuerpo que grita desde su silencio envuelto en calzoncillos blancos de algodón.
Desde un aparente estatismo y en un tiempo que destroza el tiempo gira, sin girar, 180º, sin que sus pies se muevan. Gira en un esfuerzo sin esfuerzo, en un levitación sin levitación. Marianela nos sumergió en el no tiempo, en la contradicción de un movimiento simple inserto en un tiempo que, por lo excesivo, deja de ser tiempo para ser otra cosa, cuerpo, flujo.
Marianela nos regaló una improvisación de danza butoh con una base técnica impresionante y elementos materiales que usó aparentemente sin justificación (como si las acciones de nuestra vida tuvieran que tener una justificación!!).
Marianela, en una esquina y de espalda a la audiencia, sobre las puntas de sus pies, inicia la caída de su pantalón de chandal . La gravedad se encargará de hacerlo caer poco a poco dejando al descubierto un calzoncillo de algodón y piernas sin depilar. Un cuerpo no normativo de mujer que hace visible en su maniobra de despojo del pantalón una prenda no sólo no normativa para una mujer sino que remite a un tiempo pasado, un calzoncillo clásico de algodón (Desde pequeño siempre he llevado en mi interior Abanderado....)
Marianela expone un cuerpo híbrido en el que las marcas de género se mezclan en un cocktail inquietante. Un cuerpo que destroza las normas imperantes del deseo. Un cuerpo que grita desde su silencio envuelto en calzoncillos blancos de algodón.
Desde un aparente estatismo y en un tiempo que destroza el tiempo gira, sin girar, 180º, sin que sus pies se muevan. Gira en un esfuerzo sin esfuerzo, en un levitación sin levitación. Marianela nos sumergió en el no tiempo, en la contradicción de un movimiento simple inserto en un tiempo que, por lo excesivo, deja de ser tiempo para ser otra cosa, cuerpo, flujo.